sábado, 6 de agosto de 2016

Los peligros de fumar en la cama


¿Sabes cuantos incendios fatales ha habido en la ciudad en el último año? Siete. En ellos, murieron siete mujeres, que probablemente jamás pensaron morir en un incendio, si no con sus esposos sesenta años más tarde. 
—Yo nunca he creído que podría morir en un incendio, ¿pero eso qué tiene que ver con que no quiera besarte? 
—Las personas valoran de manera muy extraña su vida y sus relaciones, dan demasiado por sentado; creen que la persona que aman es el amor de su vida, o que su amor es único, yo creo que hay muchas más posibilidades, posibilidades únicas, cada una importante. ¿Y qué si me quema el alma cada una de las mujeres que he querido? So be it! 
—Tal vez tienes razón. 

Lo miró unos dos segundos sin decir nada, pensando, erróneamente, que era único por su discurso. Después esta pelinegra llamada Priscila, la más guapa del lugar, sin exagerar, se inclinó para besarlo como ella creyó que nadie lo había besado. 

—Me dijiste que te llamas Alejandro, ¿cierto? 
—Sí, Priscila.— él sabía cuanto le gustaba a las chicas que recordaran sus nombres, que los tuvieran en la boca hasta el cansancio. 
— ¿Y ahora qué? 
—Vámonos justo ahora. No le digas a nadie, desaparece conmigo un poco, te llevaré a mi lugar favorito. 

Alejandro la tomó de la mano, ella creyó que si, a diferencia de siempre, esta vez no le importaba que los demás chicos la vieran tomada de la mano de alguien quizá las cosas saldrían mejor. No dijeron una sola palabra en las diez calles que había entre el bar y el lago. Al llegar al lago por primera vez notó algo además de su cabello y pómulos, Priscila traía un suéter negro con motas rojas que dejaba descubiertos los hombros, una falda inversa, roja de motas negras, mayones negros y unos zapatos tenis blancos, increíblemente limpios. 

—Quítate los lentes, por favor. 
—¿Quieres que no vea que eres más feo en esta luz? 
—¿Crees que soy feo?
—No, en realidad eres muy guapo, dudo que alguien olvide tu cara.

La tomó de la cintura y la besó, se besaron algo así como tres minutos. Los dos encendieron en el otro una llamaba imposible de disolver en el aire. 

—Hagámoslo aquí. 
—¿Qué te pasa? La gente viene acá a todas horas. — dijo entre risas. 
—A mi no me importaría. 
— A mi sí. Pero mejor hagamos algo, si me alcanzas nos vamos a mi casa.

Comenzó a correr Priscila y dos metros adelante cayó de rodillas, al grito de "Puta madre". Alejandro corrió a ayudarla, la sentó en la guarnición del lago,  la limpió con su playera, le puso agua en la herida y le sobó las piernas con una confianza de amantes. 
Alejandro nunca en su vida se había caído, ni una sola vez, consideraba a la gente que se caía mucho unos estúpidos irremediables. 
Priscila se había caído 2406 veces de su nacimiento a ese momento, pero cuando él la vio herida supo que la quería. 

—Vamos a mi casa. — dijo ella.

El taxi costó 52 pesos, exactamente lo que le había sobrado de las cervezas que había tomado esa noche. Un rato después de llegar, después de cambiarse la ropa sucia y quitársela frente a él, Priscila sintió por primera vez un peso que no la ahogaba, y él comprendió a Girondo cuando ella lo hizo volar. 

Alejandro le tenía un miedo terrible a sus padres, jamás se atrevió a fumar donde alguien lo pudiera ver por una extraña paranoia a que les contaran, aún ahora, tanto años después del fatal incendio donde sus padres no sobrevivieron. 

Alejandro dijo "Es una pena que nunca nos volvamos a ver", mientras fumaba en la cama. Priscila no pudo responder. Se fue del lugar, al llegar a casa pensó en ella y durmió tan bien como pocas veces en su vida. 

Al día siguiente se levantó a eso de las ocho de la noche, se duchó y fue al mismo bar de la noche anterior, donde platicando con una chica de nombre Carla le dijo

¿Sabes cuantos incendios fatales ha habido en la ciudad en el último año? Ocho. En ellos, murieron ocho mujeres, que probablemente jamás pensaron morir en un incendio, si no con sus esposos sesenta años más tarde. 
—Yo si he pensado en la posibilidad de morir en un incendio, y me tengo que ir, me espera mi novio. 

Alejandro bebió sólo una cerveza esa noche, después regresó a casa, pero al no poder dormir decidió quemar al perro de su vecino que a veces se cruzaba a su balcón. 

Un año más tarde un titular de periódico con la fotografía de un hombre muy sonriente y un rostro dificil de olvidar, hizo a Carla a aceptar la propuesta de matrimonio de Cristian, su novio, pues se había dado cuenta que amarlo le salvó la vida. El titular decía "Detective retirado descubre a asesino serial detrás de 78 incendios".  

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