martes, 11 de diciembre de 2012

Un día a la vez...


Imaginemos.
¿Quién se enamora del chico de los ojos tristes? Expresión muy vaga para lo que en realidad hay en sus ojos.


Si no crees en lo que dice, miras a los ojos. Para conquistar, miras a los ojos. Para ser conquistado, miras a los ojos. Mirar a los ojos a alguien es desnudarlo, o querer hacerlo, es intentar asomarte a su perspectiva.



Uno va por la vida sintiendo cada día, y si el día es malo, nos frustramos y caemos cansados a la cama, mirando al techo y rogando por un buen sueño. Pero nada pasa, todo en negro. Y despiertas enojado porque no soñaste, y caes en cuenta que no tienes un sueño, una meta, que aunque te preocupe el futuro, no buscas nada en especial. Y te pones a pensar, y tus ojos se van contigo, a aquel lugar donde no escuchas lo que oyes. Piensas y piensas, pero... vacío.

Se dice que cuando no se tiene un sueño, se ha muerto. Se va el brillo de tus ojos, estás errante por cualquier lugar. Te enfada la precariedad de tanto tan hermoso. Y lo que antes eran noches de pacífica negrura se convierten en pesadillas o sueños incomprensibles. Tus ojos se tornan inexpresivos, a veces hasta tristes.


¿Cómo enamorarse de unos ojos que no dicen nada?
Ese vacío se llena con amor, pero el amor no llega tan fácil para alguien tan complicado, o confundido. Entonces te vas quedando solo. Solo entre tanta gente.

Después te enamoras, como cualquier mortal, como cualquier dios. Pero quién se enamoraría de alguien como tú. Y como Thanos, tu mente te traiciona y fracasas, si justo así; Por más habilidades que poseas, nada te es suficiente. Y el amor te llena, tienes un sueño cercano. Pero si se va, estás perdido.


Y se fue.


Y ya no encuentras ni tu cartera, y te pierdes camino a tu casa. La gente comienza a preguntarte sobre tus ojos que parecen tan tristes, no porque te quieran consolar, es curiosidad mórbida.


Pero ahí están tus amigos.


Solo hay que esperar un poco más. Ya llegará otro sueño. Un día a la vez...

viernes, 30 de noviembre de 2012

Bloqueo.


Maldito cuento, no se dejaba terminar.
Creo que así empiezan las historias, al menos las mías, de escritores frustrados: con un bloqueo.


Mi bloqueo empezó el miércoles, a las once cuarenta y cinco en un café del bulevar Nodriza. Buscando razones, excusándome por mi mediocridad como escritor, recuerdo a una mujer dos mesas adelante a la que no le quité la vista de encima hasta que llegó mi segundo plato de cereal con chocolate. Treinta y dos años, una hipoteca y sigo desayunando como adolescente.


La noche anterior tuve una pesadilla, no la recuerdo bien, sólo algunas ideas: Era una pradera, el pasto rozaba mis rodillas y caminaba con dificultad. No caminaba hacia algún lugar el particular, sólo caminaba con el viento. La sensación de libertad era hermosa. De pronto tengo esta sensación, en la espalda, abarcándome igual que un escalofrío, pero de puro dolor. La pradera desaparece y aparece un árbol frente a mí. El árbol está quemándose y sólo observo. Despierto en la arena, me veo caminando hacia el sol. Despierto con un grito. Entiendo que haya relación entre nuestra vida diaria con nuestros sueños, pero las abstracciones que es capaz de hacer nuestro cerebro me parecen ridículas y desesperantes. Eso me tenía, o tiene, algo distraído.


Encuentro otra supuesta razón para bloquearme. El recuerdo de Débora. Desde que nos conocimos tuve esa sensación de que no congeniaría con ella, aunque no mucho después terminamos en la cama. Nuestra primer conversación fue acerca de un ensayo sobre la refutación del tiempo. Palabras grandes para una mujer de apenas veintiuno. (Otra vez la misoginia heredada de mi padre.) En ese tiempo yo tenía veintinueve, estaba en Barcelona para un congreso de la Academia Europea de ciencias, invitado por un amigo, Ernest Midara, Físico Israelita. Nuestra conversación llegó a la refutación del tiempo por un comentario que hice sobre la relatividad. Qué descuido. Ella y yo tomamos las riendas de la conversación, compitiendo. Recuerdo como se re-peinaba aquel cabello, en ese entonces, corto hasta los hombros y negro. Demasiado lacia. Seguimos conversando en el taxi de camino a su hotel, que quedaba de paso al que nos hospedábamos Ernest y yo. La conversación estaba estancada en la culpa del desarrollo de las fuerzas atómicas. De pronto llegamos a la entrada de su hotel.


Lo siento, Ernest, se baja conmigo.
¿Perdón?
Te bajas conmigo, vamos a seguir conversando, tal vez beber.
Nos vemos mañana, Ernest. —me bajé y tomé el abrigo que llevaba en la mano—

No estés tan seguro que te quedarás, sólo has resistido la conversación por tres horas.
No estés tan segura que no, hemos hablado de cosas demasiado simples... simple ciencia.


En el ascensor imaginé que nos besábamos, luego al entrar a su casa la desvestía y teníamos sexo de una manera demasiado agitada.


¿Qué tomas? —preguntó en el pasillo—
Vino tinto, cerveza y Vodka. Mi desprecio por el Whisky es herencia familiar.


Entramos a su cuarto y sirvió un Merlot en dos copas. Conversamos durante toda la botella. Salimos al balcón y antes de que pudiera mencionar lo bella que era la noche, me tomó por la cintura, me dio la vuelta y me besó. Luego la besaba yo, luego la desnudé yo. El placer fue inmenso en aquella noche.


Desperté y estaba mirándome.

No estoy enamorada. Pero eres un tipo bastante peculiar, me entretienes. Ojalá te enamores de mí y tenerte más de un mes.
Me tengo que ir.

Salí poniéndome el saco y ajustando mi cinturón. En mi bolsa estaba su número.


Era una mujer impresionantes, bella e inteligente hasta las nubes. Pero una mujer fatal.
Eso lo descubrí pocos días después, cuando me siguió a México alegando quererme y ocho días después se acostó con Ernest. Veinte días después vivía conmigo. El sexo era genial, la conversación. Poco a poco también fui conociéndola. Era una mujer rota, extraña e impulsiva. No superaba la soledad ni el abandono. Odiaba el color de su ojos, nunca dejaba que los viera, no desde que aprendió que los ojos delatan los sentimientos. De gustos diversos, no demasiado esnob, pero si muy pretenciosa.


Me di cuenta que estaba enamorado de ella un día que se raspó la rodilla. Se cayó al tropezar con una alcantarilla. La hice sentarse en una banca, saqué un pañuelo, una cantimplora con Vodka y le di a morder mi tarjetero. Le hice un intento de curación. Al estarle limpiando levanté la cabeza, miré su largo cabello castaño y sus puntas rubias, su expresión de preocupación y dolor juntas, vulnerable. De pronto notó mi mirada y sonrió. Ahí lo supe. Supe que era mi perdición.


Se fue un martes en la tarde. Habíamos vivido dos meses juntos en Barcelona, fui contratado como editor en una revista y ella continuó con su trabajo de editora independiente, como siempre. Hizo su maleta, y me dio un beso mientras miraba una taza de café.


Sólo... odio la felicidad. Estoy programada para evitarla, para evitar la plenitud. Para evitar cosas tan bellas como tú.
Te amo. —le dije mirando la taza—


Se fue. Trabajó en Barcelona otros dos meses y luego se fue a Italia. No se más de ella.

La simpleza con la que describo aquel día es la misma que tuvo. Fue simple, solo fue una persona empacando y tomando un taxi. Sólo fui un tipo mirando su taza de café frente a la ventana. Porque los sentimientos implicados no merecen ser mencionados, para evitar juzgarlos.


Para el momento de mi bloqueo en el restaurante se cumplía justo un año desde que se fue.


Ahora voy en avión a México. Y nada de esto es verdad, es sólo una distracción ya que falló el sistema de entretenimiento de mi asiento.


Pero las cosas sí son simples, y sí se deben respetar los instantes, y ante todo la lealtad al amor.




Y sí la amaba.


martes, 20 de noviembre de 2012

Instantes.

No sé hacer poesía, y vaya que he intentado. Algunos nacen con talento, otros aprenden, yo no creo ser ninguno de los dos. Sólo soy un sentimental que sabe algunas cuantas palabras. Lo realmente bueno en esta situación es ella, ella es esos sentimientos, las ganas de aprender a describirlos, las ganas de escribirlos, de dejar huella... de existir.

Considero más natural amar sin razón, por casualidad, por un milagro. Que las cosas sucedan sin que sepamos el por qué, sólo saber que son. Pero esto podría ser una estupidez.

Te enamoras, de la nada, quedas plantado en la calle preguntándote por qué, para qué, comienzas a forzar la verdad, a justificar el descontrol. Vaya ego. Siempre justificándonos, si no con los ajenos, con uno mismo. No está mal buscar el soporte del puente, pero saber dónde está y de qué está hecho no cambiará la fuerza que tiene. Aunque si cambiará la confianza.

Aunque en cierto momento vas cayendo más, y es aún más increíble, te enamoras de alguien que consideras fantástico. Y tratas de dejar el pesimismo atrás, de olvidar los finales, las despedidas, el posible llanto, la desolación que crees te traerá. El rayo siempre te rompe. Evitas todo, para ser feliz, y también de a poco lo afrontas, para no ser cobarde. Abres el corazón, los labios y cierras los ojos.

Un día pides algo que lo mortales no pueden dar.
Decía algún escritor que había algo de inmortal en la promesa, en esos juramentos. Me lleva a los momentos infinitos, que duran para siempre aunque se olviden.

Damos todo, algunos valientes... tal vez con la esperanza de volver por ello. O con la esperanza de dejar huella.

¿No está, nada, mal mientras sea por amor? Eso es absurdo.
Pero considero el amor una buena razón para muchas cosas.

Ella es mis instantes infinitos, ella quedará ahí para siempre, esos que somos, que tal vez sigamos siendo, o no, se quedarán para siempre juntos en un octubre o noviembre de tal año.

martes, 2 de octubre de 2012

Un día ya no te irás.

Un día ya no tendrás que irte a ese lugar que no te atreves a llamar hogar. Ese que no te da descanso ni alivio, ese lugar de malestar e incomprensión.

Un día al fin estarás conmigo, de quién nunca debiste despedirte. No sé si seré lo que creo que mereces, pero la porquería en mi cabeza cesa unos momentos para pensar en ti, para buscarte en el cielo estrellado, y es ahí cuando sé que daré hasta mi último respiro porque tu corazón esté tranquilo. No quiero que sonrías siempre, porque las sonrisas selladas son peores que las ausentes.

La forma en que sonríes, tus ojos melancólicos, la música de la que está hecho tu cabello. La imagen permanente de tu pecho sobre el mío y la emoción de unos labios a punto de enlazarse. Todo eso me persigue, me persigue mientras huyes. Y sólo te tengo al evocarte mirando el cielo.

Pero un día, ese en que seremos sólo tu y yo en el mundo, ya no tendrás que irte. Y quiero que nos suceda; espero y confío. ¡Pero carajo, la incertidumbre!

Ya no habrá más escapes o miradas a distancia, besos apresurados o piernas que se tocan debajo de la mesa. Ya podré tomarte de la mano.
Sí, un día ya no te irás. Un día.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Huellas.

Estoy de nuevo aquí, después de días sin dejarte en huella.
Eres mi eterno fracaso, mi inalcanzable. En una mirada hice un mundo, en un beso me rompiste por dentro. Y debo callarlo, debo ocultarlo a morir, acorazarme, porque no comprenderían.
Debo dejar de evocar tus recuerdos, pero es lo único que te mantiene cerca, lejos de esa dolorosa realidad a la que estamos expuestos.
Me sucediste tan devastadora, no olvidaré tu piel, o tus dulces labios.
Y estoy de nuevo aquí, muriendo en un recuerdo que me grita cuan lejos estás.

viernes, 27 de julio de 2012

La desesperación en silencio.

Había algo contenido en mí, como un demonio. Sí, un demonio tiene miedo, estoy muy seguro que lo tiene. Porque lo que está dentro de ti sigue siendo tú.

No pude más y salí de esa casa. Caminar me hace tanto bien, excepto cuando comienzo a pensar, y comienzo a invadirme. Y tengo que regresar a tomar aspirinas y dormir, porque la inconsciencia es lo único que puede liberarnos. Pero hoy sólo pienso en mi amor caído, aquella la que me levantaba en las mañanas y me hacía el desayuno. Un día ya no estaba, sin intención de darme algún argumento o una disculpa. Otra.


"No tendría el valor", me decía cada vez que cargaba la pistola y la apuntaba al espejo. Ojalá ese tipo en el espejo, ese que no era yo, muriera. El espejo siempre me mostraba a alguien diferente, con mirada temerosa y arrogante al mismo tiempo. Sin dejar a un lado los gestos de furia. 


Siempre fui de esos que no podían con la muerte de sus cercanos. Imaginar la mía es más que abrumador, y ahora aveces no tiene caso imaginarla. La muerte es mi anhelo y mi peor miedo. No de esos miedo que te hacen gritar, sino de esos que te invaden el pecho, tu vista se nubla y comienzas a temblar. Pero hay algo así o más terrible, yo. Porque el espejo me trae la misma sensación. 


Hoy tuve que viajar a esta otra ciudad, "N...". Traje mi pistola y medicación conmigo. Aunque no las usaré, porque soy un cobarde, un nadie que ni los periódicos de nota roja querrán en su porquería. Ni siquiera sería interesante una muerte en un mundo como este donde hasta se tienen calculadas las muertes por segundo. 


Se terminó el disco. Todo está en silencio y me doy cuenta que ya estoy muerto. Pero no muerto nulificado, sino una desesperación en silencio, dentro de mi ataud, que es mi cuerpo y esta mente tan rota. 

viernes, 13 de abril de 2012

Burbujas.

Comencé a llorar a los diez años. No es que no llorara antes, pero a los diez hice mi horario de llanto. Odiaba que la gente me viera llorar, venían con su condescendencia estúpida y su horribles palabras de aliento. Lloré un mes seguido, con pausas para comer, ir a la escuela e ir a la natación, habilidad que hacía muy feliz a mi madre. Hacía muy feliz a mi madre en esos días, parecía una balanza, entre más triste estaba, y más automáticamente hacia las cosas, mi madre era más feliz.
 Antes de llorar por un mes había sido muy feliz, mi mejor amiga me había regalado una playera de los Beatles que usaba casi diario, excepto cuando mamá me la quitaba para lavarla. Ella murió en la carretera, iba a un concurso de oratoria, o algo por el estilo, no lo recuerdo, ya todo parece muy confuso. Ahí fue cuando lloré todo un mes. Después de ese mes de llanto fue que comencé a odiar. Las lágrimas, las personas, las personas lloronas, a mi.
A los catorce atravesé los existencialismos y me enseñaron que la vida no es un vector, lo cual me desalentó aún más, fueron mis llantos de la adolescencia, más esporádicos, pero más sucios y cansados.
Un día apareció una chica, esa a la que le soñaba los hijos y la casa, pero que era tan distraída que no lo notaba. Sólo llegaba a escribir lo patético que me veía buscándola a las nueve con treinta fuera de su salón todos los días y dormía muchísimo. Por aquella época fui a un concurso de dibujo, en cada viaje temía morir, o recordarla y ponerme a llorar.
Un día las vi, en la calle a las dos, a la muerta y la viva. Y de pronto desperté y tomé un poco de agua en la cocina. Días después me aceptaron en la universidad, día que mi mamá brilló y sonrió tanto que despertó a toda la colonia.
Pero hoy, hoy nada de esto tiene sentido ya. Me están poniendo muchísima sangre, y veo la cara de preocupación en el sujeto que me sube a la ambulancia. No tengo idea de lo que pasó, dicen que el impacto fue muy fuerte, que debí cruzar corriendo la calle. Ah, lo recuerdo, del otro lado iba ella, de espaldas, la quería alcanzar. Tal vez no debía alcanzarla.
Algo extraño me hace sonreír, es una especie de silencio nulificante, como si fuera volviéndome nada al fin. Como si ya no tuviera que llorar, porque no es necesario. Porque mi burbuja de infelicidad ya reventó, porque si no hay algo más ya no hay nada. Ningún lugar donde llorar, y ella, la que me mira desde aquella montaña. Qué mal que es una balanza, no me gusta ver a mi madre llorar vestida de negro.
Y ahora me entierran. Que ironía que se llegue al "cielo" al mismo tiempo que te entierran.

—Hola, ¿de qué había sido tu concurso?

viernes, 16 de marzo de 2012

Tengo que decirte algo...


Disco uno
Lado A.

Salí de mi casa tarareando la canción que él me había enseñado. Al subirme al taxi sonaba en la radio "Half of something else" de The Airborne toxic event, canción que para mi pasó desapercibida hasta que una chica a mi lado comenzó  llorar, traté de no sentirme incómoda, pero recordé por qué me había quedado dormida anoche. Lágrimas, odio cuando me hacen cosquillas en las mejillas y me distraen de llorar, también odio quedarme dormida de tanto llorar, es relajante, pero me perturba perder horas llorando en vez de pensar en soluciones o en las palabras para decirle que lo amo. Me encanta llorar y mentir sobre mis ojos hinchados, son tan inocentes al creer que mi cara es así desde siempre. Mis clases se pasaron tan lento, el maestro de química piropeó mi caligrafía y ortografía, lo odio. En el receso lo vi, llegó con su sonrisa y su iPod, creo que cantaba «Boys don't cry». Saludó a su amada, que no era yo. Me saludó al final a mi, sonrió y me pasó un audífono, no recuerdo ni una sola palabra de la canción, pero recuerdo que se veía muy feliz, y no paraba de preguntarme por qué, luego vi que cruzó una mirada con ella, su amada, que también era mi mejor amiga. Sonreía y hablábamos de el sabor de nuestros jugos favoritos. Él no notaba mi mirada perdida sobre su piel, es un estúpido. Volví a clases con la intención de distraerme de mi distractor, pero mi maestra de inglés usó un ejemplo que llevaba «kiss», y cómo no pensar en sus labios, esos que humedece cada que comienza a hablar. Salimos de clases, y me esperaban donde siempre, en la segunda mesa al entrar a la cafetería. Entré y los vi sentados juntos, pero no sólo estaban juntos, sus piernas se cruzaban debajo de la mesa. Bromeamos y comimos por alrededor de una hora, él y ella se miraban y reían. Me excusé diciendo que tenía muchas cosas pendientes y me fui. Pasé toda la tarde escuchando cada canción que me había mostrado. A la altura de «I will follow you into the dark» me levanté y fui a la tienda de autoservicio que está cerca de mi casa. Mientras caminaba hacia tal tienda pensaba en que si lo veía en esa tienda, hoy, le contaría todo lo que sus abrazos en las escaleras, sus canciones y la manera en que alza las cejas al sonreír, me hacen sentir. También pensaba en besarlo, tremendas ganas que tenía de besarlo. Entré a la tienda...

—¡Jade!
—¿La voz de Jagger? debe ser mi imaginación. Ya estoy bastante dañada.
—¡Jade!
— ¿Hm?— me di media vuelta y lo vi, corriendo hacia mi. El destino es un hijo de puta, o me ama.
—Jade, te grité como cinco veces. ¿No me escuchabas, en qué vas pensado?
—[En ti, imbécil]. Venía pensando en mis pies, ¿qué pasa, qué haces aquí?
—Pues, me dieron ganas de venir.
—Jagger, vives al otro lado de la ciudad, como a cuarenta minutos.
—¿No se me puede antojar ir lejos de mi casa?
—No, claro. Pero, ¿por qué aquí, por qué hoy?
—Son muchas preguntas. ¿Vienes a comprar algo?
—Sí, botana, pan y un frasco de Nutella.
—Te acompaño.
—¡No! —debo decirle ahorita. —Tengo algo que decirte...— miré su cuello, estaba el dibujo que le hizo Rei. No puedo decirle, no debo interferir con la relación de mi amiga. Jade mala, jade mala.
Pasaron por mi cabeza todas las sonrisas que tenía Rei gracias a él, toda la felicidad que parecían tener. Te odio, universo, digo, tu pareces odiarme.

—¿Qué es?
—¿Cómo vas con Rei?— le pregunté, escapando de mi pregunta.
—Bien. Creo. Pero, ¿qué ibas a decirme?
—No, era a «preguntarte», no a decirte. Jaja.
—Ah, pues vamos bien. Vamos, hay que comprar tus antojos.
—No, ya mejor me voy a mi casa, tengo mucho qué hacer.
—Pero...

Ni siquiera me despedí. Crucé la calle, dos pasos después de pisar la acera ya estaba llorando, tan amargamente como nunca. ¿Debí decirle? Tal vez debí dejarme llevar por el universo. Lloré hasta dormirme, de nuevo.


Lado B.


Nuestra conversación en el supermercado terminó muy extraño. Jade siempre se ve dispersa, y triste, como si estuviera enamorada. Recuerdo cuando me gustaba, aún me gusta, pero ella siempre está pensando en quién sabe quién que siempre llega con la hinchazón de llorar toda la noche. Nunca me he atrevido a preguntarle quién es ese imbécil. Ojalá se muera. Me gustaría hacerla feliz, pero nunca le gusté, nunca me dijo nada, siempre fue demasiado aislada, escuchaba mi iPod, pero no me decía si le gustaba, si sentía algo con la música. Nada. Siempre quería mostrar un «nada». Empecé con su amiga, y tal vez esté mucho tiempo con ella, es una buena chica, me quiere, es linda, yo hubiera querido esa oportunidad. Pero si sólo me hubiera querido un poco, si sólo hubiera hecho algún gesto, si sólo hubiera tocado mi mano y sonreído. Por más que la abrazaba esperando una reacción o un suspiro, nada pasaba. Debí decirle que estoy enamorado desde que le enseñé la primer canción. Debí no esperar a tener certeza. Debí robarle un beso. O ella debió robarme uno a mi. Correría tras ella en el instante que me lo pidiera. Ojalá mañana llegue con los ojos sin hinchazón, se ve hermosa sin sufrir. Si no fuera tan cobarde la alcanzaría y tomaría su mano antes de que pise la otra acera.


Disco dos
Lado AB.

Tiene de nuevo esa hinchazón en los ojos, no lo resisto más.
—¿Qué te pasa?
—Tú.

The end.

«La valentía nos da mil veces más que lo que protege la cobardía».

martes, 13 de marzo de 2012

Deseos.

Desearía tener una vida, un alma, libertad o un corazón. Deseraría todo eso para dartelo.
Completamente vació, con la soledad de un cerebro enjaulado. Pero contigo conmigo.
Aunque sea a distancia, aunque sea vernos en unas escaleras. Desearía todo eso para poder amarte, para darte lo que necesitas y no palabras e historias dichas cada tanto tiempo. Porque te necesito, pero puedo ignorarme.
Pero me ignoro y muero. Muero de ti, y regreso a los recuerdos y ya no puedo escapar.
Pero no tengo todo eso que te quiero dar. Y muero.

Tantas cosas que perder y yo no tengo nada más que tus ojos.
Esos que aún no se plantan en mi.
Y ahí no muero, pero vivo lejos.

Es mi infinita desdicha la que no me deja disfrutar los segundos contigo, me abruma no ser lo que mereces, me aterra ser un monstruo que nunca querrías. Pero también tengo miedo a no quererte, a un día irme como me voy de todo, a hallar la forma de ignorarme y perderme. Son muchos miedos dentro de alguien de sólo un metro con setenta y tantos centímetros.

Y lo que me queda es extrañar tu belleza, y los besos que quizá nunca llegarás a darme.
Y de nuevo desearía tener una vida, un alma, libertad o un corazón.

martes, 6 de marzo de 2012

Todas las preguntas desde mi vejez hasta hoy, mi niñez.

De niño me preguntaba muchas cosas, viví en muchos países, conocí mucha gente.
La primer pregunta que recuerdo fue "¿De qué color tiene los ojos dios?", pregunta que sorprendió a mi mamá, seguido de "No confío en alguien que nunca he mirado a los ojos", frase que impactó aún más a mi madre y sus amigas presentes. Siguieron las no tan típicas "¿Por qué se les dice lunáticos a los locos si la luna te tranquiliza?", "¿De qué están hechas las iris de esa niña tan bonita?". Sí, las dos en una misma conversación. Luego crecí un poco más y comencé a preguntar por qué mamá se había ido de casa, y por qué papá me dejaba en este lugar, pero sólo respondían con abrazos, lo cual estuvo bien, durante un tiempo. Luego respondí esas preguntas y surgió el "¿Quién soy?", pero un pinche "¿Cómo se llamará aquella chica?" vino a interrumpir todo, a abrumarme. Y después cambié de ropa, de país y de familia. Conocí a algunas chicas en París, todas olían muy bien, otras en Italia, que cocinaban muy bien, pero a mis veinte ninguna me hacía preguntarme nada, eran tan fáciles de leer como el periódico. Hasta que llegó "¿Por qué tendrías que ser tú el amor de mi vida?", pregunta que no hice yo, pero al que le dolió fue a mi. "¿Por qué te vas?", "¿Qué nos pasó?" fueron las patéticas preguntas que siguieron. Luego un gran duelo y silencio, mucho silencio. Meses de regresar a lo quisquilloso de cuando niño. Me volví a enamorar, pero aprendí como ignorar, como apartarme y reprimir el dolor. Pero hubo alguien a quien dejé entrar, que me dejó drogado en un sólo beso, que no me permitió olvidar, no todo el tiempo. "¿Qué te pasa, por qué no dejas mi mente en paz?", tonto, no sabía que lo que atormentaba era mi corazón. ¿Por qué no podía controlar mi mente? "¿Por qué no sólo me muero?", entraba en mi cada que recordaba que nada tiene sentido, que por más que hagamos tenemos el mismo final, que tenemos un final. Pero la última pregunta que puedo recordar después de eso es "¿Ya no nos volveremos a ver, verdad?". Y de ahí comencé a escribir, y a resignarme a la precaria y efímera felicidad de enamorarme cada vez más consciente y mejor. Y en la vida te respondes todas esas preguntas y te haces y sueñas otras tantas, topándote con un mundo de dormilones sin sueños, con un mundo donde el amor de tu vida puede no amarte, y tu alma gemela llegar a odiarte. Pero la pregunta es "¿Quieres ser feliz hoy?", y responderla haciéndole el amor a alguien.

Aunque termines hoy en mi cama.

Qué inconformidad. Tantas mujeres veo pasar, cuantas más por aquí y por allá, frente a mi, quieren caminar. Nada, ni yo, parece ser suficiente, todo es uno menos (¿o uno más?). Ni siquiera la chica del cabello y los ojos claros parece ser suficiente, ni aunque me mire de reojo, ni si me pide una referencia, ni si termina hoy en mi cama. Porque ahora todo es menos y es más, porque ahora conozco los acentos. Oh, dios, qué inconformidad.
Y ahora yo miro, y somos unos cínicos, moscas muertas. Sólo es emoción sexual, sólo eres una chica con uniforme sensual, y, lamentablemente, ese es tu único talento. Maldito infierno de inconformidad.
Y también porque aunque esta noche nos revolquemos, mañana la volveré a amar.

jueves, 16 de febrero de 2012

Condescendencia

Estaba besándola y surgió una de esas dudas inocentes. Abrí mis ojos y... Úrsula tenía los suyos abiertos.

Es probablemente la chica mas hermosa que he besado y, probablemente, la que menos he amado.

¿Por qué tendría los ojos abiertos? ¿Será que no la hacía desvanecerse?
Ya había tenido esa duda, esa duda casi obligatoria de si cierra los ojos al besarte, porque tiene que ver con el amor, ¿cierto? ¿me importa su amor?

Nos miramos por la parte más pequeña de un segundo, cerramos apresuradamente los ojos y seguimos besándonos, como si no hubiera pasado nada, ¿pero qué era lo que pasaba? ¿Será que ella quería que la amara? 
Esa noche pasó, y muchas más. Me quitaba la ropa y me cimbraban las dudas, pero, ¿y si abría los ojos dudando ella también? 

Me hizo el amor. Me hace feliz, me ama con cada caricia y se preocupa por convertirse en mi vida, porque quiere darme la suya. Recuerdo las noches con esa que tanto amé y supongo que ella se sentía como yo, con la obligación de querer a quien te ama, pero con el peso de estar mintiendo a quien lo da todo por ti. Qué bien se siente ser amado.

Y no abrió los ojos, no de nuevo. ¿Qué tanto nos mentiamos? Bastardo, si yo miento, ¿por qué habría de hacerlo ella?

Pasaron los meses y ella no desistía. Me ama y yo a ella. Nos casaremos, hoy se lo pediré.
¿Cómo sé que la amo? Nunca había sido feliz, supongo que si me hace feliz puedo pasar toda una vida con ella, ¿cierto?



No fue al restaurante, dejó una nota:

«Abría los ojos porque sé que no me amas, la que te ama soy yo. Prefiero huir. Prefiero perderme de tu condescendencia. Ojalá me parta un rayo porque sé que tienes buen gusto con los anillos».
Me levanté llorando sin saber qué carajos sentía, lo averigüé con la chica que se me quedó viendo desde la barra, unas tres horas y una habitación de hotel después.
Pero ya nadie me ama, pero nadie me hace el amor.


 «Seré muy breve. Te he perdido y eso duele».

miércoles, 15 de febrero de 2012

Estoy perdido.

Bajaba las escalera mirando su cabello, tenía ganas de alcanzarla, tomarla del brazo con fuerza y besarla, pero ni siquiera hablábamos en el receso de clases. Yo tan tímido, ella tan hermosa. Yo tan quisquilloso, ella tan desinteresada.

—¿Qué me ves? — volteó y se dio cuenta que la veía.
—El cabello, ¿qué más?
—Suena lindo, espero sea cierto.
— Ten — estiré mi mano con una hoja doblada en cuatro partes, una carta.
—¿Qué es?
—Cuando llegues a tu casa puedes abrirla, no lo hagas aquí, por favor.
—¿Me amas o qué? Te estás poniendo muy rojo, entonces cuando menos estás nervioso, una buena señal.
—No me pasa muy seguido. Me tengo que ir, tengo que huir.
—¿Por qué?¿Por qué no te quedas a explicarme?
—Prefiero que la leas sola, prefiero no ver tu reacción.
—De todas maneras te voy a besar, tonto.
— [...] — corrí.

 
No pude resistir más, tenía que correr. No podía dejar que supiera que imaginaba ese diálogo, no podía dejar que supiera que sabía que habiamos tenido ese diálogo. Porque lo tuvimos, pero fue en miradas.
Al llegar a casa boté las cosas junto a la cama, me dolía el corazón. Dormí hasta la hora del inglés, tome un taxi y pensé en como abrazarla cuando me rechazara (aunque no hice ninguna proposición). Pensaba en el olor de su cabello y de pronto el taxi paró, y pagué.
Ni un poco de la clase de inglés me entró, sólo recuerdo «Good afternoon, please take your notebook and write about the grammar points you remember», después de eso estuve escribiéndole una especie de poema patético sobre el dia que la conocí. Espantoso.
Mi cigarrillo se consumió muy rápido y entré a mi casa, boté de nuevo las cosas en el mismo lugar y la llamé, no contesto.
¿Por qué estoy tan nervioso? Nunca le había dado una carta a alguien, y enamorado he estado.
¿Qué tiene ella? Me cuesta muchísimo ignorarla, ignorar que se me acelera el corazón, ignorar que sabe pronunciar la equis y le gusta leer, que le gusta el invierno y la buena ortografía, y que por más que busque razones, o me de pretextos, no puedo encontrar un motivo para no enamorarme.
Estoy perdido, es reclamo.

lunes, 13 de febrero de 2012

Mi amigo pregunta.

"Pregúntate: ¿De qué están hechos los sueños? La gente no cree que los sueños sean realidad, porque no están hechos de particulas o materia palpable, pero los sueños existe, ya que están hechos de recuerdos, deseos y esperanzas olvidadas."