viernes, 16 de marzo de 2012

Tengo que decirte algo...


Disco uno
Lado A.

Salí de mi casa tarareando la canción que él me había enseñado. Al subirme al taxi sonaba en la radio "Half of something else" de The Airborne toxic event, canción que para mi pasó desapercibida hasta que una chica a mi lado comenzó  llorar, traté de no sentirme incómoda, pero recordé por qué me había quedado dormida anoche. Lágrimas, odio cuando me hacen cosquillas en las mejillas y me distraen de llorar, también odio quedarme dormida de tanto llorar, es relajante, pero me perturba perder horas llorando en vez de pensar en soluciones o en las palabras para decirle que lo amo. Me encanta llorar y mentir sobre mis ojos hinchados, son tan inocentes al creer que mi cara es así desde siempre. Mis clases se pasaron tan lento, el maestro de química piropeó mi caligrafía y ortografía, lo odio. En el receso lo vi, llegó con su sonrisa y su iPod, creo que cantaba «Boys don't cry». Saludó a su amada, que no era yo. Me saludó al final a mi, sonrió y me pasó un audífono, no recuerdo ni una sola palabra de la canción, pero recuerdo que se veía muy feliz, y no paraba de preguntarme por qué, luego vi que cruzó una mirada con ella, su amada, que también era mi mejor amiga. Sonreía y hablábamos de el sabor de nuestros jugos favoritos. Él no notaba mi mirada perdida sobre su piel, es un estúpido. Volví a clases con la intención de distraerme de mi distractor, pero mi maestra de inglés usó un ejemplo que llevaba «kiss», y cómo no pensar en sus labios, esos que humedece cada que comienza a hablar. Salimos de clases, y me esperaban donde siempre, en la segunda mesa al entrar a la cafetería. Entré y los vi sentados juntos, pero no sólo estaban juntos, sus piernas se cruzaban debajo de la mesa. Bromeamos y comimos por alrededor de una hora, él y ella se miraban y reían. Me excusé diciendo que tenía muchas cosas pendientes y me fui. Pasé toda la tarde escuchando cada canción que me había mostrado. A la altura de «I will follow you into the dark» me levanté y fui a la tienda de autoservicio que está cerca de mi casa. Mientras caminaba hacia tal tienda pensaba en que si lo veía en esa tienda, hoy, le contaría todo lo que sus abrazos en las escaleras, sus canciones y la manera en que alza las cejas al sonreír, me hacen sentir. También pensaba en besarlo, tremendas ganas que tenía de besarlo. Entré a la tienda...

—¡Jade!
—¿La voz de Jagger? debe ser mi imaginación. Ya estoy bastante dañada.
—¡Jade!
— ¿Hm?— me di media vuelta y lo vi, corriendo hacia mi. El destino es un hijo de puta, o me ama.
—Jade, te grité como cinco veces. ¿No me escuchabas, en qué vas pensado?
—[En ti, imbécil]. Venía pensando en mis pies, ¿qué pasa, qué haces aquí?
—Pues, me dieron ganas de venir.
—Jagger, vives al otro lado de la ciudad, como a cuarenta minutos.
—¿No se me puede antojar ir lejos de mi casa?
—No, claro. Pero, ¿por qué aquí, por qué hoy?
—Son muchas preguntas. ¿Vienes a comprar algo?
—Sí, botana, pan y un frasco de Nutella.
—Te acompaño.
—¡No! —debo decirle ahorita. —Tengo algo que decirte...— miré su cuello, estaba el dibujo que le hizo Rei. No puedo decirle, no debo interferir con la relación de mi amiga. Jade mala, jade mala.
Pasaron por mi cabeza todas las sonrisas que tenía Rei gracias a él, toda la felicidad que parecían tener. Te odio, universo, digo, tu pareces odiarme.

—¿Qué es?
—¿Cómo vas con Rei?— le pregunté, escapando de mi pregunta.
—Bien. Creo. Pero, ¿qué ibas a decirme?
—No, era a «preguntarte», no a decirte. Jaja.
—Ah, pues vamos bien. Vamos, hay que comprar tus antojos.
—No, ya mejor me voy a mi casa, tengo mucho qué hacer.
—Pero...

Ni siquiera me despedí. Crucé la calle, dos pasos después de pisar la acera ya estaba llorando, tan amargamente como nunca. ¿Debí decirle? Tal vez debí dejarme llevar por el universo. Lloré hasta dormirme, de nuevo.


Lado B.


Nuestra conversación en el supermercado terminó muy extraño. Jade siempre se ve dispersa, y triste, como si estuviera enamorada. Recuerdo cuando me gustaba, aún me gusta, pero ella siempre está pensando en quién sabe quién que siempre llega con la hinchazón de llorar toda la noche. Nunca me he atrevido a preguntarle quién es ese imbécil. Ojalá se muera. Me gustaría hacerla feliz, pero nunca le gusté, nunca me dijo nada, siempre fue demasiado aislada, escuchaba mi iPod, pero no me decía si le gustaba, si sentía algo con la música. Nada. Siempre quería mostrar un «nada». Empecé con su amiga, y tal vez esté mucho tiempo con ella, es una buena chica, me quiere, es linda, yo hubiera querido esa oportunidad. Pero si sólo me hubiera querido un poco, si sólo hubiera hecho algún gesto, si sólo hubiera tocado mi mano y sonreído. Por más que la abrazaba esperando una reacción o un suspiro, nada pasaba. Debí decirle que estoy enamorado desde que le enseñé la primer canción. Debí no esperar a tener certeza. Debí robarle un beso. O ella debió robarme uno a mi. Correría tras ella en el instante que me lo pidiera. Ojalá mañana llegue con los ojos sin hinchazón, se ve hermosa sin sufrir. Si no fuera tan cobarde la alcanzaría y tomaría su mano antes de que pise la otra acera.


Disco dos
Lado AB.

Tiene de nuevo esa hinchazón en los ojos, no lo resisto más.
—¿Qué te pasa?
—Tú.

The end.

«La valentía nos da mil veces más que lo que protege la cobardía».

martes, 13 de marzo de 2012

Deseos.

Desearía tener una vida, un alma, libertad o un corazón. Deseraría todo eso para dartelo.
Completamente vació, con la soledad de un cerebro enjaulado. Pero contigo conmigo.
Aunque sea a distancia, aunque sea vernos en unas escaleras. Desearía todo eso para poder amarte, para darte lo que necesitas y no palabras e historias dichas cada tanto tiempo. Porque te necesito, pero puedo ignorarme.
Pero me ignoro y muero. Muero de ti, y regreso a los recuerdos y ya no puedo escapar.
Pero no tengo todo eso que te quiero dar. Y muero.

Tantas cosas que perder y yo no tengo nada más que tus ojos.
Esos que aún no se plantan en mi.
Y ahí no muero, pero vivo lejos.

Es mi infinita desdicha la que no me deja disfrutar los segundos contigo, me abruma no ser lo que mereces, me aterra ser un monstruo que nunca querrías. Pero también tengo miedo a no quererte, a un día irme como me voy de todo, a hallar la forma de ignorarme y perderme. Son muchos miedos dentro de alguien de sólo un metro con setenta y tantos centímetros.

Y lo que me queda es extrañar tu belleza, y los besos que quizá nunca llegarás a darme.
Y de nuevo desearía tener una vida, un alma, libertad o un corazón.

martes, 6 de marzo de 2012

Todas las preguntas desde mi vejez hasta hoy, mi niñez.

De niño me preguntaba muchas cosas, viví en muchos países, conocí mucha gente.
La primer pregunta que recuerdo fue "¿De qué color tiene los ojos dios?", pregunta que sorprendió a mi mamá, seguido de "No confío en alguien que nunca he mirado a los ojos", frase que impactó aún más a mi madre y sus amigas presentes. Siguieron las no tan típicas "¿Por qué se les dice lunáticos a los locos si la luna te tranquiliza?", "¿De qué están hechas las iris de esa niña tan bonita?". Sí, las dos en una misma conversación. Luego crecí un poco más y comencé a preguntar por qué mamá se había ido de casa, y por qué papá me dejaba en este lugar, pero sólo respondían con abrazos, lo cual estuvo bien, durante un tiempo. Luego respondí esas preguntas y surgió el "¿Quién soy?", pero un pinche "¿Cómo se llamará aquella chica?" vino a interrumpir todo, a abrumarme. Y después cambié de ropa, de país y de familia. Conocí a algunas chicas en París, todas olían muy bien, otras en Italia, que cocinaban muy bien, pero a mis veinte ninguna me hacía preguntarme nada, eran tan fáciles de leer como el periódico. Hasta que llegó "¿Por qué tendrías que ser tú el amor de mi vida?", pregunta que no hice yo, pero al que le dolió fue a mi. "¿Por qué te vas?", "¿Qué nos pasó?" fueron las patéticas preguntas que siguieron. Luego un gran duelo y silencio, mucho silencio. Meses de regresar a lo quisquilloso de cuando niño. Me volví a enamorar, pero aprendí como ignorar, como apartarme y reprimir el dolor. Pero hubo alguien a quien dejé entrar, que me dejó drogado en un sólo beso, que no me permitió olvidar, no todo el tiempo. "¿Qué te pasa, por qué no dejas mi mente en paz?", tonto, no sabía que lo que atormentaba era mi corazón. ¿Por qué no podía controlar mi mente? "¿Por qué no sólo me muero?", entraba en mi cada que recordaba que nada tiene sentido, que por más que hagamos tenemos el mismo final, que tenemos un final. Pero la última pregunta que puedo recordar después de eso es "¿Ya no nos volveremos a ver, verdad?". Y de ahí comencé a escribir, y a resignarme a la precaria y efímera felicidad de enamorarme cada vez más consciente y mejor. Y en la vida te respondes todas esas preguntas y te haces y sueñas otras tantas, topándote con un mundo de dormilones sin sueños, con un mundo donde el amor de tu vida puede no amarte, y tu alma gemela llegar a odiarte. Pero la pregunta es "¿Quieres ser feliz hoy?", y responderla haciéndole el amor a alguien.

Aunque termines hoy en mi cama.

Qué inconformidad. Tantas mujeres veo pasar, cuantas más por aquí y por allá, frente a mi, quieren caminar. Nada, ni yo, parece ser suficiente, todo es uno menos (¿o uno más?). Ni siquiera la chica del cabello y los ojos claros parece ser suficiente, ni aunque me mire de reojo, ni si me pide una referencia, ni si termina hoy en mi cama. Porque ahora todo es menos y es más, porque ahora conozco los acentos. Oh, dios, qué inconformidad.
Y ahora yo miro, y somos unos cínicos, moscas muertas. Sólo es emoción sexual, sólo eres una chica con uniforme sensual, y, lamentablemente, ese es tu único talento. Maldito infierno de inconformidad.
Y también porque aunque esta noche nos revolquemos, mañana la volveré a amar.