martes, 20 de noviembre de 2012

Instantes.

No sé hacer poesía, y vaya que he intentado. Algunos nacen con talento, otros aprenden, yo no creo ser ninguno de los dos. Sólo soy un sentimental que sabe algunas cuantas palabras. Lo realmente bueno en esta situación es ella, ella es esos sentimientos, las ganas de aprender a describirlos, las ganas de escribirlos, de dejar huella... de existir.

Considero más natural amar sin razón, por casualidad, por un milagro. Que las cosas sucedan sin que sepamos el por qué, sólo saber que son. Pero esto podría ser una estupidez.

Te enamoras, de la nada, quedas plantado en la calle preguntándote por qué, para qué, comienzas a forzar la verdad, a justificar el descontrol. Vaya ego. Siempre justificándonos, si no con los ajenos, con uno mismo. No está mal buscar el soporte del puente, pero saber dónde está y de qué está hecho no cambiará la fuerza que tiene. Aunque si cambiará la confianza.

Aunque en cierto momento vas cayendo más, y es aún más increíble, te enamoras de alguien que consideras fantástico. Y tratas de dejar el pesimismo atrás, de olvidar los finales, las despedidas, el posible llanto, la desolación que crees te traerá. El rayo siempre te rompe. Evitas todo, para ser feliz, y también de a poco lo afrontas, para no ser cobarde. Abres el corazón, los labios y cierras los ojos.

Un día pides algo que lo mortales no pueden dar.
Decía algún escritor que había algo de inmortal en la promesa, en esos juramentos. Me lleva a los momentos infinitos, que duran para siempre aunque se olviden.

Damos todo, algunos valientes... tal vez con la esperanza de volver por ello. O con la esperanza de dejar huella.

¿No está, nada, mal mientras sea por amor? Eso es absurdo.
Pero considero el amor una buena razón para muchas cosas.

Ella es mis instantes infinitos, ella quedará ahí para siempre, esos que somos, que tal vez sigamos siendo, o no, se quedarán para siempre juntos en un octubre o noviembre de tal año.

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